Roberto Carlos, nostalgia
De esa manera las costumbres de mi generación eran muy distintas a las de hoy. Para jugar al fútbol era necesario reunir un grupo, conseguir una cancha (o en todo caso una pista), un balón y ponerse a sudar en busca del gol. En mi caso, el asunto generacional incluso es más fuerte, pues crecí en provincia, en Chiclayo, en el norte, a 11 kilómetros del mar.
Todos los ochenta y la mitad de los noventa los pasé en Chiclayo, en un barrio tranquilo, repleto de jóvenes y niños, agrupados en torno a juegos estacionales y a pandillas zanahorias. A falta de Play Station teníamos el trompo, las bolitas, los dardos de papel lanzados con soplidos mediante un tubo. El Kiwi (aquel juego de las chapitas), el lingo, las escondidas, el jom rom (home run), el básquet, la liga, los triciclos y bicicletas, las caminatas alejadas del barrio. Cuando conversó sobre esto con chicos más jóvenes no puedo dejar de sentirme avergonzado. A veces me da la impresión de haber habitado otro mundo.
En ese mundo la música que se escuchaba era la de Roberto Carlos y algunos otros más.
Aquel tiempo se fue con mi generación para no volver nunca más. Los chats y el facebook reemplazaron los parques y esquinas; el nintendo y el play a los juegos reales y el celular y el mail nos volvieron dependientes de la comunicación. Cuando pienso en ese tiempo aún no puedo creer que estiraba mi olla para recibir la leche fresca para el desayuno, que podía caminar tranquilamente por la calle sin temor a nada y lo sencillo que era ser feliz.
Pienso también en mis abuelos. Las largas caminatas bajo los árboles mientras ideaban historias para distraerme. Los largos paseos a la playa. Los desfiles escolares y militares de los domingos y las misas obligatorias a las que debía ir con mi madre. También recuerdo los aviones de guerra que surcaban los cielos dejando enormes estelas de humo, los juegos mecánicos y circos que de pronto llegaban. Mi infancia de esa manera trascurrió dulce y serena, como diría Valdelomar, en la paz de una ciudad alejada de la bulla, la contaminación y el tránsito.
Roberto Carlos, el brasileño que canta en español como si esta hubiera sido siempre su lengua, para mí es nostalgia. Nostalgia por un mundo ya inexistente, que de alguna manera desapareció con los míos. Es nostalgia por aquellas tardes perdidas subido en un árbol, por mis amigos y familia.
De ese tiempo también es mi primer recuerdo musical. Subido en una silla podía controlar el orden de los vinilos dejados por mis tíos. En ese espacio, en el centro de mi sala pude por fin escuchar a los Beatles, a Leo Dan, a José José, pero sobre todo a Roberto Carlos. Como olvidar cuando junto a mis padres cantábamos de memoria Amante de los antiguos. "Yo soy de esos amantes a la antigua que suelen todavía mandar flores, aunque yo sigo este mundo con sus modas y modismos. El amor es para mí siempre lo mismo", anunciaba un mundo distinto que finalmente llegó.
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